viernes, febrero 24, 2012

Me explicaste que cada noche, antes de dormirte, rezabas a nuestros muertos.
Primero al abuelo, después a tu suegra y a tu suegro, dando paso a la abuela y siguiendo con los que se fueron últimamente, Manolo y Emilia.
Estos días pensé que incorporarías a tus rezos a mamá.
Ahora quien hará ese recorrido nocturno.
Acababas diciendo que al final rezabas a todos los muertos del cementerio.
Recuerdo que en mis primeros retornos a Huesca pasaba por Tardienta.
Tío me recogía en la estación, a la una de la madrugada, hora en que llegaba el electrotrén, y me acompañaba a la casa.
Tú me esperabas con leche caliente y algún dulce.
Hablabas conmigo de tus recuerdos.
Me obsequiabas con tu voz cantarina y tu alegría.
Nuestra proximidad era grande.
Eres la hermana de mamá. La pequeña.
Hoy te han dado sepultura.
Descansa en Paz.

Mis oraciones no tienen voz. No palabras. Son meditaciones que se alzan a vuestro cielo.
Con ellas os rezo.
Mi voz interna recorre la memoria de nuestro tiempo.

Te gustaba bailar.
Ibas con él volando sobre la pista de baile, recorriendo su perímetro.
Vuestros cuerpos orondos eran ligeros y ágiles.
En ese ritmo acompasado se veía que erais uno.
Él se ha quedado solo, como papá.

Espero que sepa encontrarle sentido a la vida que le queda, y que su final no le depare el calvario que rompe la consciencia.

Os encontrareis en el lugar de no lugar.
Nosotros recordaremos vuestras acciones y gestos.
Miraremos ese pasado compartido en que entregasteis lo mejor de vosotras.

De casa Biesa van quedando pocos. José María y Manolita.

Descendientes, de uno y otro lado, seguirán la brecha de la vida que queda.

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