A mí me esperaban. La
parejita. ¡Qué bien! ¿Por qué?
Mi llegada cubría
expectativas.
Un chico y una chica.
El cuatro mi número de la
suerte. No sé qué me llevó a adoptarlo, aunque nada es casual, ya que mi
llegada a la vida ocupa ese orden.
Los dos primeros, varones.
Ausentes en mi infancia. Presentes en los últimos días de mi madre. Ella los
recordaba. Hablaba de ellos. Perdidos poco tiempo después de su nacimiento.
Cuánto dolor. Contenido.
Reprimido. Dormido.
¿Cómo sufrieron esas
pérdidas?
A mis cinco años perdimos a
mi abuelo. Mamá pudo explicitar su dolor. Su duelo silenció su voz. De negro.
Delgada. Triste. ¿Deprimida?
Siempre consideré que era
grande su fortaleza. Que ella, no siendo autoritaria, tenía autoridad. Que era
mujer de carácter. Severa y amorosa.
En un día que focaliza la
mirada a la mujer, ella viene a presentarse ante mí.
Mi madre.
(Papá se fue hace medio año. Cuando cumplía noventa y uno. Empiezo a reconstruir)
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